Imagínate a un duendecillo, una hada, bruja, genio de la lámpara o el ser mágico que tú prefieras delante de ti. «¿Talento o constancia?», te pregunta, y tienes que elegir.
Venga, mójate. ¿Qué escoges: talento o constancia?
Muchos optarán por el talento. Hasta hace no tanto, yo misma te habría respondido eso. Pensaba que era lo único que una persona necesitaba para ser escritora, que con nacer con talento lo tenía todo. Que, mágicamente, aparecería una novela maravillosa debajo de su brazo.
Pero después comencé a leer sobre escritura (teoría, organización, etc.) y abrí los ojos. Me apunté a un curso online de Diana P. Morales, después a un taller presencial de Carlos del Río, y ambos coincidieron en lo mismo: la constancia es fundamental para conseguir tu objetivo y, sobre todo, más importante que el talento.
El talento ayuda, eso está claro, pero de poco te sirve ser un virtuoso de las letras si no tienes una disciplina para trabajar día a día, para organizarte, para terminar lo que empiezas. Así que, eso: constancia. Perseverancia. Escribir un poco cada día. Empezar con metas pequeñas: «hoy voy a escribir 50 palabras» y escribirlas. Y al día siguiente también, y al siguiente. Y al siguiente. Y, poco a poco, aumentar esa cantidad. Y seguir y seguir y seguir.
¡Y seguir!

Escribir es una habilidad y, por tanto, se puede trabajar en ella, aprender y mejorar. Por eso es fundamental que te formes, que busques información, que tengas una base sobre la que comenzar a trabajar y que continúes aprendiendo todo el tiempo. Pero recuerda también esforzarte en ello a tope, ser constante y no rendirte. Suena a filosofía barata, lo sé, pero funciona.
Y no esperes a que te llegue esa inspiración que ni mucho menos vas a sentir todos los días. Oh, la dichosa inspiración. Esperar a estar inspirado es una excusa para retrasar lo que, en realidad, debes hacer: sentarte a escribir. Y da miedo. Te confieso que yo también era de las que pensaba: «Oh, me encantaría ser escritora», pero me daba un miedo horrible empezar y ponerme a ello. Y entonces todo se quedaba en mi cabeza y no conseguía nada.
(De ahí la idea de comenzar con pequeñas metas diarias).
Dicho así parece una tontería, algo lógico («si quieres escribir, escribe»), pero a veces nos perdemos demasiado en la teoría, o en idealizar eso que queremos, o en el miedo al fracaso, y no hacemos lo más importante, ya sea escribir, dibujar, cocinar o entrenar a tu perro.
¿Que quieres escribir? ¡Pues tienes que escribir! Olvídate del talento, de las musas, de la inspiración, y trabaja cada día para conseguir tu objetivo.
El truco final para conseguir casi cualquier cosa es hacer. Hacer, hacer, hacer.
«La persistencia no es, precisamente, una cualidad que destaque por su hechizo. Si el genio está compuesto de un 1 por 100 de inspiración y un 99 por 100 de transpiración, lo cierto es que nuestra cultura tiende a endiosar al 1 por 100, fascinada por su fulgor pasajero, cuando el poder real subyace en el otro 99 por 100. “No es que sea muy listo —decía de sí mismo un introvertido consumado como Einstein—, sino que persevero más ante un problema”».
(El poder de los introvertidos en un mundo incapaz de callarse, de Susan Cain)