Título: Memorias de una salvaje
Autora: Srtabebi
Idioma original: español
Año de publicación: 2018
Género: novela contemporánea
Número de páginas: 448
Perfil del libro en Goodreads
Lee las primeras páginas aquí
Valoración: ⭐️⭐️⭐️
Primeras frases del libro:
«Su padre quería un niño. No sabía que, a menudo, lo que uno desea para sí no coincide en absoluto con lo que el destino necesita para conseguir algo más importante».
¿De qué trata?:
Cuando asesinan al padre de K por un ajuste de cuentas, la chica tiene que ponerse a trabajar como recepcionista en un club de alterne para saldar su deuda. Allí será testigo de la explotación sexual y la violencia que viven estas mujeres.
Vale, ¿y qué me ha parecido?:
He de decir, así para empezar, que comencé el libro con bastantes prejuicios. Había leído Amor y asco, de Srtabebi, y, aunque me gustaron mucho algunos poemas, la mayoría de ellos me parecieron exagerados (en las lecturas de mayo de 2017 hablé de ellos). ¿Y Memorias de una salvaje qué? Me ha convencido más como libro sobre feminismo que como novela.
Como novela, hasta la página 200, más o menos, la trama no coge velocidad, da la sensación de que no pasa nada (y, cuando empieza a pasar, parecen las aventuras de Lara Croft y pierde todo el realismo que podía haber conseguido). La autora se limita a meter mucha información, que, por un lado, está muy bien, pero, por otro, se hace pesada. Vamos, que le sobran MUCHAS páginas.

Pero como libro sobre feminismo, está muy bien. Se nota que Srtabebi sabe del tema, y ofrece datos e información, a través de las vivencias de la protagonista, sobre la trata de mujeres, la prostitución, la explotación sexual. La crítica social es BRUTAL Y NECESARIA (y, por ello, olé por la autora), porque todos sabemos que está ahí, sabemos dónde tenemos que ir, y no se hace NADA.
«Vienen engañadas y son estafadas, controladas y violadas. Y esto ocurre día tras día, hora tras hora, repito. Ocurre porque hombres que son nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros amigos, parejas, jefes, profesores, tíos, compañeros, lo consumen. Es esclavitud. Son esclavas y lo permitimos. Estamos permitiendo que mujeres ahí fuera sean violadas por hombres de este país. La alegalidad sostiene la trata, el silencio la mantiene».
Otro punto a favor, en esta línea, es el gran peso que tienen los personajes femeninos: la novela se sustenta en ellos. Y es que el libro desprende feminismo de la primera a la última página y eso me ha encantado: las ideas que desarrolla sobre el tema, los hachazos que mete al sistema patriarcal y a nuestra sociedad, que ve pero calla:
«Sus piropos no eran un intento de hacer sentir bien a las mujeres, sino estrategias conscientes de amedrentamiento y de demostración de poder. Un acoso normalizado hasta tal punto que podía chillarse por la misma calle sin que absolutamente nadie hiciera ni dijera nada».
Me ha flipado también la naturalidad en el tratamiento de la sexualidad de los personajes: la bisexualidad de Bilma, la pareja de lesbianas en la universidad. La autora da una tremenda visibilidad a la sexualidad de las mujeres. Bravo una vez más.
A partir de aquí podría ponerme hater y decirte otras cosas que no me han gustado o convencido, pero me quedaré con una: ya en la sinopsis se habla de la violencia machista que sufrió en casa uno de los personajes (Ram), así que piensas: «Vale, también van a tratar este tema». Pero la autora no lo desarrolla, solo se menciona y fin. Da la sensación de que Srtabebi quería abarcar (casi) todos los problemas sociales que sufrimos en España, pero, al menos en este aspecto, se ha quedado a medias.
¿En resumen? Memorias de una salvaje no es una lectura agradable, y es exactamente lo que busca: la incomodidad. Que sientas rabia, asco, impotencia, y que todo ello te lleve a actuar. A conocer una realidad que tenemos delante, en la que colabora la sociedad y miramos hacia otro lado.
Como menciona SrtaBebi al final, la novela, por desgracia, «no es una distopía literaria: es la realidad».
Una frase:
«Así era la existencia: una concatenación de batallas donde, de vez en cuando, se sonreía. Una persona, un instante, una canción, un guiño del destino, un pequeño paso adelante. Algo te hacía sonreír y entonces entendías que valía la pena. Batallar valía la pena. Aunque te encontraras solo en plena trinchera, mirando al frente y esperando la explosión».