«Un buen escritor es quien mejor borra, no quien mejor escribe».
Lo dijo el periodista Manuel Jabois y tiene mucha razón.
Escribir es, para mí, como moldear una pieza de cerámica. De ese primer trozo de barro (la pequeñísima idea inicial, la chispa), que poco a poco vas moldeando con las manos, dándole forma, pasada tras pasada, obtienes la taza, el jarrón, la maceta. Tu relato, tu novela. Es decir, vas dando vida a tu idea hasta que tienes delante de ti una historia, un «mundo» nuevo, unos personajes con sus miedos y sus ganas y sus propias movidas.
Después vendría el toque final: terminar de limpiar tu texto, pulirlo y abrillantarlo gracias a la corrección ortotipográfica y de estilo. Pero ese es tema para otro post.
Moldear nuestra historia implica borrar y escribir y volver a borrar y volver a escribir hasta encontrar las palabras precisas. Es, sin duda, una de las partes más difíciles. Porque cualquiera puede llenar decenas de páginas, pero encontrar los términos adecuados y justos para transmitir lo que uno quiere decir se convierte en un verdadero arte. El arte de borrar.
Así, cuando tenemos que meter la tijera a nuestro texto es cuando nos obligamos a quitar lo superfluo y, entonces, nos damos cuenta de la cantidad de vueltas que damos, las repeticiones que introducimos o frases que consideramos bien escritas, pero que, en realidad, no aportan nada.
Mata a tus bebés
¿Y por qué nos cuesta tanto borrar? Entre otras razones, porque estamos demasiado apegados a nuestro texto para ver el trabajo con objetividad. Una solución es dejarlo reposar durante algún tiempo: de un día para otro, una semana, un mes. Al retomarlo te resultará más fácil ver los fallos o puntos débiles.
Y es que, a veces, creemos haber escrito frases, escenas, detalles brillantes pero que… no añaden nada a la historia, no aportan sino que pueden llegar a debilitarla. Llegados a ese punto, y muy a nuestro pesar, la mejor opción es eliminarlos. Como recomendaba Faulkner: «Mata a tus bebés». Sí, ya sé, ya sé, va a doler, pero piensa que darás vida a otros, escribirás más historias. Y se repetirá el proceso.
Borra sin miedo. O con miedo, ¡pero borra!
Seleccionar y precisar
Hasta que hace un par de años no participé en el curso de escritura creativa de Carlos del Río no me di cuenta de la importancia de borrar. Entrenamos durante meses. Los relatos que entregábamos no podían superar el tope de palabras que Carlos pedía; de pasarnos, él cortaba por lo sano y, entonces, nuestra historia se quedaba coja.
Al principio era frustrante, pero se convirtió en una buena manera de aprender a seleccionar y dejar lo que de verdad era imprescindible. La chicha. Lo bueno.
Si eres periodista tendrás ese chip instalado en la cabeza. Escribimos con el miedo a no tener espacio para contar lo que debemos contar, atados a un número concreto de caracteres (que, por lo general, se nos queda corto). Y no queda más remedio que aprender a precisar, a decir solo lo que tienes que decir.
En textos literarios tenemos más margen, hay libertad, podemos permitirnos más licencias, ¡hasta meter escenas de relleno! Pero, incluso así, según la autora (diosa) Maggie Stiefvater, esas escenas que, en apariencia, no dicen nada, deben tener un propósito: llevar a los personajes físicamente de un lugar a otro, aprovechar para explicar algo, etc.
Porque tener libertad y espacio no significa que debamos escribir sin sentido, por el mero hecho de alargar nuestra historia o porque quede «bonito». Tiene que sumar. Por eso, escribe y escribe y escribe de nuevo. Y borrar y borra y borra de nuevo.