Aplazar la tarea de escribir, aunque sea una actividad que nos guste, es algo común. Pero, a pesar de la creencia popular, la procrastinación no suele ser por pereza, sino por miedo. A no lograr lo que quieres, al rechazo, al qué dirán. ¿Qué hacemos entonces? Se viene post larguito.
Las personas que escribimos tenemos varios (a veces, muchos) enemigos: la página en blanco, la falta de ideas o, efectivamente, la procrastinación. Pero empecemos por lo básico: según la Real Academia Española (RAE), procrastinar es «diferir, aplazar», es decir, posponer un deber, retrasar o evitar una tarea o quitar tiempo a una obligación para destinarlo a otra actividad. ¿«No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy»? La procrastinación hace del «dejar para mañana» un arte.
Pero la RAE, en su sencilla definición, en ningún momento habla de las causas que generan ese aplazamiento de deberes o tareas, no lo achaca a la pereza, holgazanería o vagancia; eso lo hemos asumido muchos de nosotros. Creemos que cuando alguien procrastina lo hace porque es un vago: «Si aplazo eso de sentarme y ponerme a escribir es por pereza». Y… no. Es por el dichoso miedo.
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